Episodio 21. Mitocondrias, deporte, diabetes, cáncer. ¿Qué tienen en común el rendimiento y las enfermedades modernas?
(Autor: Héctor García Rodicio https://www.instagram.com/correrporsenderos/)
No somos plantas. Somos
animales. Y, como tales, debemos movernos para buscar agua, alimento, refugio y
pareja. Si nos quedáramos 24/7 sentados, en cosa de tres días, por la
deshidratación, o de tres semanas, por la desnutrición, moriríamos. Bueno, eso
es lo que ocurriría en condiciones naturales, pero vivimos en un mundo
artificial, que nos permite pasar 14 de las 16h de vigilia del día sentados.
Esto, desafortunadamente para la persona sedentaria y para el sistema
sanitario, tiene un precio: no morimos en el acto, pero vamos perdiendo poco a
poco salud, con el coste que ello supone en términos de calidad de vida y de
gasto sanitario… Sin movimiento, vamos degenerando, es decir, vamos
desarrollando enfermedad degenerativa, lo que incluye obesidad, diabetes,
arterioesclerosis, osteoporosis, depresión, alzhéimer o cáncer, entre otras.
Puede sonar catastrófico, pero, además de que los números están ahí, insisto en
que tiene todo el sentido que la enfermedad surja, cuando atentamos cada día y
durante años contra nuestra naturaleza.
Y nuestra naturaleza, lo digo una vez más, es movernos,
porque no somos plantas; tampoco mejillones, setas, algas o corales marinos.
Esos organismos desarrollaron sus propias estrategias para obtener alimento,
para protegerse y hasta para reproducirse sin moverse del sitio. En cambio,
nuestra estrategia para obtener alimento, refugio y pareja es mover el culo del
sofá y usar músculos, corazón, pulmones y cerebro para encontrar esos recursos
básicos, que no van a venir a llamar a nuestra puerta, sino que están bien
escondidos vete tú a saber dónde y nos van a exigir dar lo mejor de nosotros
cada día para encontrarlos. ¿La recompensa a tal esfuerzo? Pues, además de
obtener esos recursos vitales, el esfuerzo nos proporcionará (a) placer, en
forma de endorfinas, y (b) una salud de hierro, en forma de músculos, corazón,
pulmones y cerebro fuertes como el vinagre y jóvenes a la luz del microscopio,
diga lo que diga nuestro DNI.
Y, hablando de escala microscópica, en la base de nuestra
condición física, nuestra capacidad para realizar esfuerzos, hay un único,
minúsculo y, creo, injustamente desconocido elemento: la mitocondria. Este
episodio va a ser una oda a la mitocondria, que, como he dicho, está en la base
de nuestra condición física y, por consiguiente, de nuestro rendimiento
deportivo, por un lado, y, por el otro, de la enfermedad degenerativa, derivada
del sedentarismo extremo del siglo XXI. Ese sedentarismo en el que pasamos
sentados, cada día, dos horas yendo y volviendo del trabajo, ocho horas frente
a un ordenador, dos horas en la mesa del comedor y otras dos más frente al
televisor. En fin, este mundo que nos hemos inventado, donde cabe pedir comida
a domicilio, comunicarnos vía e-mail, entretenernos vía televisión a la carta y
relacionarnos vía redes sociales. Cosas que pueden tener su lugar, sí, pero
cuyo abuso deriva en muerte lenta, en forma de enfermedad crónica, como las que
ya cité, y que representan un grave deterioro de la calidad de vida de quien
las sufre y un enorme coste económico para la sanidad. El gasto sanitario anual
de cualquier país industrializado en enfermedades no transmisibles es tal, que
debería parecernos escandaloso, si no hubiéramos dado lo “normal” por
“natural”: y es que, que algo sea frecuente, no debería significar que es
natural. Lo natural es vivir bien hasta (casi casi) el último día y tener una
muerte fulminante, tal como les ocurre a los animales salvajes; lo que debería
resultar raro es vivir bien dos tercios de tu vida y pasar el tercio restante coleccionando
achaques y poli-medicándote hasta las orejas, tal como nos ocurre a las
personas y a nuestras mascotas.
Me estoy enrollando y yo venía hoy aquí a hablaros de las
maravillosas mitocondrias. Así pues, sin más dilación, vamos al turrón.
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¿QUÉ SON LAS MITOCONDRIAS?
Técnicamente, son un orgánulo de las células que componen
los distintos tejidos del cuerpo, incluyendo el sistema músculo-esquelético; en
particular, es el orgánulo de la célula dedicado a la producción de energía.
Coloquialmente, podemos considerar a las mitocondrias como las “centrales
energéticas” o los “generadores” del cuerpo, pues, como ya he dicho, se
encargan de la producción de energía. Para movernos y, ya no digamos, para
pedalear, nadar o correr, necesitamos energía. Y, a mayor intensidad del
movimiento, mayor demanda de energía. Dicha demanda de energía, sea más pequeña
o más grande, se satisface fundamentalmente gracias al trabajo de la
mitocondria. En este orgánulo se transforman sustratos, como los ácidos grasos,
y oxígeno en la energía que las células pueden aprovechar: el ATP o adenosín
trifosfato. Es cierto que, para que haya aporte de oxígeno en la mitocondria,
hacen falta, en primer lugar, unos buenos pulmones, un buen corazón y un buen
volumen plasmático y de glóbulos rojos que lo absorban y transporten hasta
allí. Pero, a la postre, de nada sirve todo el oxígeno que puedas captar y
transportar, si no eres capaz de transformarlo en energía y, más concretamente,
trabajo efectivo de tus músculos. Esto depende de la cantidad y calidad de tus
mitocondrias, que son, por tanto, el determinante último de tu rendimiento.
Como acabo de apuntar, las mitocondrias varían en número y
función. Puedes tener más o menos mitocondrias en las células y esas
mitocondrias pueden funcionar mejor o peor. Más volumen y mejor función
significan mayor potencia para producir ATP. Por consiguiente, interesa tener
muchas y buenas mitocondrias. Respecto al volumen, está claro en qué consiste:
mayor número de mitocondrias por célula, o sea, mayor densidad mitocondrial
-que se dice. Respecto a la función, la mitocondria trabaja mejor cuantas más
crestas tiene, es decir, cuantos más pliegues o arrugas tiene su capa interna,
pues es en estas crestas donde están las proteínas encargadas de la inestimable
misión de generar el ATP. Más crestas, igual a más superficie, igual a más
proteínas, igual a más ATP.
Un último punto a aclarar es que la oxidación de grasas, es
decir, el trabajo que hacen las mitocondrias, no es la única vía de la célula
para generar ATP. Cuando la demanda de energía es grande, esto es, se requiere
mucha energía en muy corto plazo (un sprint, por ejemplo), la célula es capaz
de generar ATP sin oxígeno a partir de glucosa. Es la vía glucolítica, que
tiene lugar fuera de la mitocondria. Lo bueno de este mecanismo es que nos
proporciona esa energía en tiempo récord. Lo malo es que (1) es una ruta poco
eficiente, genera apenas dos moléculas de ATP por unidad de glucosa, (2) hay
poca cantidad de glucosa en el cuerpo, en comparación con las reservas de grasa
(cosas que ya aprendimos en los Ep 8, 11 y 14), y (3) genera un producto final,
que es el lactato. El lactato, en principio, no es un problema, porque se puede
reutilizar como sustrato energético en la mitocondria, a través de un sistema
de reciclado. Pero, si se acumula mucho lactato y se desborda el mecanismo de
reciclado, se va produciendo una acidosis, que en, última instancia, impedirá
la contracción muscular. Por su parte, la ventaja de la vía oxidativa es que,
si bien necesita mucho más tiempo para trabajar que la glucolítica, es de lejos
mucho más eficiente: genera 18 veces más moléculas de ATP por unidad de
sustrato.
En resumen, tus mitocondrias son los principales generadores
de energía para funcionar. En condiciones normales, la mayoría del aporte
energético viene de la oxidación de grasas en la mitocondria; es un proceso
lento, pero genera 36 moléculas de ATP por unidad de ácidos grasos. Otra parte
de la producción energética, que es mayor a medida que sube la intensidad del
ejercicio, proviene de la glucólisis, esto es, la utilización de la glucosa
para obtener dos moléculas de ATP y lactato. Ese lactato, siempre y cuando se
produzca dentro de unos rangos razonables, será reabsorbido por la mitocondria,
que lo oxidará para obtener 36 moléculas de ATP. Si el lactato desborda la
capacidad de reciclado, más tarde o temprano, habrá una acidosis que impedirá
la contracción muscular.
¿CÓMO SABER SI TENGO MUCHAS Y BUENAS MITOCONDRIAS?
La manera de saber cómo están tus mitocondrias y, por ende,
qué forma aeróbica tienes, es analizar tu “flexibilidad metabólica”. Y ¿qué
narices es esto? Muy sencillo. Supón que se te pide que realices un ejercicio a
distintas intensidades; por ejemplo, caminar, trotar, correr y esprintar en una
cinta. Imagina también que lo haces en un laboratorio donde se te miden el
intercambio de gases y los niveles de lactato en sangre mientras te ejercitas.
Pues bien, terminado el test, podemos calcular tus niveles de oxidación de
grasas y acumulación de lactato en los distintos niveles de intensidad. Lo que
se va a observar es que, a intensidades bajas, la fuente de energía
predominante son las grasas (grasas, recordemos, oxidadas en la mitocondria
para producir ATP); y que, según la intensidad aumenta, la oxidación de grasas
va disminuyendo en favor de la glucólisis, con la consiguiente acumulación de
lactato. En concreto, si representamos la contribución de cada vía metabólica
al ejercicio en las distintas intensidades, veremos que la oxidación de grasas
dibuja una línea descendente mientras que la vía glucolítica traza una línea
ascendente. En conjunto, las dos líneas dibujan una equis. Y el punto de corte
coincide con el nivel de intensidad del ejercicio en el que tu vía oxidativa es
incapaz de satisfacer la demanda energética y cede paso a la glucolítica.
El lugar donde se produce el punto de corte es, por tanto,
el dato clave. Una persona muy en forma podrá tirar de grasas incluso en
niveles altos de intensidad. Y, recordemos, esto es bueno porque (1) el
metabolismo de las grasas es mucho más eficiente, es capaz de generar más
moléculas de ATP a igualdad de sustrato empleado, y (2) no genera subproductos
que puedan suponer un problema, como es el exceso de lactato. La persona poco
en forma encontrará el punto de corte mucho antes, en niveles muy bajos de
intensidad. Es decir, esta persona comenzará tirando de grasas, cuando se le
pide caminar, pero en el momento en que empieza a trotar suavecito, click: ya
debe recurrir a la vía glucolítica porque su maquinaria mitocondrial no da más
de sí. Esto significaría que tiene pocas y malas mitocondrias, que entonces
tendrían una exigua capacidad generadora de ATP, pues, a la menor demanda de
energía, el sistema oxidativo se ve completamente desbordado y debe dar paso al
mecanismo “turbo”, que es la vía glucolítica. En la persona en forma, la vía
glucolítica es justamente eso: el turbo, reservado nada más para salvar
repechos, hacer adelantamientos y ataques o para el sprint final; el resto de
la carrera lo haría cómodamente tirando de las reservas virtualmente
inagotables de grasas, que, además, aunque más lentamente, proporcionan grandes
cantidades de ATP por unidad de sustrato.
Aparte del nivel de intensidad donde se produce el
intercambio de vías metabólicas, es interesante también conocer tres valores
más: (1) la cantidad de lactato acumulado ya en el primer nivel de intensidad,
(2) el nivel de oxidación de grasas máximo que la persona puede alcanzar y (3)
el nivel máximo de intensidad del ejercicio que la persona puede soportar. La
persona con muy mala condición física tiene ya dos milimoles de lactato por
litro de sangre solamente caminando. O sea, para esta persona, el mero acto de
caminar es como para ti rodar a 5-6’ el kilómetro. Esta persona, aparte, será
capaz, nada más, de oxidar 0.2 gramos de grasa por minuto como máximo, mientras
que una persona mínimamente entrenada llega a oxidar el doble. Por último, esta
persona no podrá soportar ritmos que para ti serían medios, o sea, vivirá como
un sprint lo que para ti es ritmo media maratón.
En conjunto, todos estos parámetros, tener siempre niveles
de lactato elevados, ser incapaz de oxidar grasas a cierto nivel, ver
desbordada tu vía oxidativa al menor aumento de la intensidad y ser incapaz de
sostener niveles de intensidad medios siquiera, reflejan una inflexibilidad
metabólica, una pésima condición física y, como veremos más tarde, riesgo alto
de enfermedad. En el fondo, lo que revela este patrón es un uso aberrante de la
maquinaria del cuerpo, una distorsión de nuestra naturaleza humana. Nuestra
naturaleza, lo dije en la introducción y lo he venido reiterando en episodios
anteriores, es movernos mucho a baja intensidad y hacer esfuerzos puntuales de
alta intensidad. Esa baja intensidad se basa en el uso de las grasas como combustible
y en el reciclado del lactato, es decir, se basa en el trabajo de las
mitocondrias. Y, cuando toque un esfuerzo corto y máximo, pues para eso
contamos con la vía glucolítica, que suministra energía muy rápido, pero con la
contrapartida de hacerlo de forma poco eficiente y generando lactato, que
podría ser un problema si rebasa la capacidad de reciclado.
¿QUÉ PAPEL JUEGA LA FLEXIBILIDAD METABÓLICA EN EL
RENDIMIENTO AERÓBICO?
Un organismo desarrollado como tiene que ser, de acuerdo con
nuestra naturaleza, es el que cuenta con los dos motores: una buena capacidad
oxidativa, para alimentar la actividad a baja y media intensidad por tiempo
virtualmente ilimitado, y una buena capacidad glucolítica, para permitir
chispazos de intensidad máxima cuando sea necesario. La capacidad oxidativa
servirá, además, para reciclar el lactato generado en esos episodios de sprint.
Y ese organismo desarrollado naturalmente, con los dos sistemas orientados como
les corresponde, estará en condiciones óptimas para rendir en deportes de
resistencia, como el trail.
En carreras por montaña, que, en los formatos más cortos,
fácilmente ya suman 20k y 1000m de desnivel positivo repartidos en, por lo
menos, dos o tres subidas fuertes y un buen puñado de rampas aquí y allá,
necesitas capacidad glucolítica y oxidativa. Ambas son imprescindibles. La
glucolítica te servirá en momentos puntuales: serán ese “punch” para repechos,
adelantamientos, ataques y sprint final. La oxidativa, basada en tu cantidad y
calidad mitocondrial, servirá para sostener el resto de carrera e, importante,
para reciclar el lactato generado en los chispazos glucolíticos. Con ambas
maquinarias a punto tienes lo mejor de los dos mundos: tienes el turbo, para
momentos que lo precisen, y tienes la vía oxidativa para llevar velocidad de
crucero, para reservar glucógeno, y no necesitar apenas geles, y para reciclar
el lactato producido en los episodios de turbo. En carreras de distancia
maratón, pasará igual: tirarás mayoritariamente de grasas y reservarás
glucógeno para apretones puntuales. En distancia ultra, la capacidad oxidativa
y, por ende, tus mitocondrias, cobrarán aún más importancia.
Una cuestión muy interesante es que un alto rendimiento
puede, en realidad, esconder una inflexibilidad metabólica y, por tanto, un
estado de forma más bajo de lo que parece. Imaginemos una persona que compite
en distancia corta y que toma cantidades ingentes de carbohidrato en carrera
mediante geles y que puede desplegar una velocidad asombrosa y mantenerla
durante toda la prueba. Esta persona estaría demostrando una gran capacidad
glucolítica: una gran capacidad de producir energía en esfuerzos cortos. Por
ejemplo, podría hacer un 10k de pista o un KV en torno a 30’. Pero, es posible
que, a través del test explicado antes, se vea que su punto de corte entre las
vías oxidativa y glucolítica se da en niveles muy bajos de intensidad. Sería,
entonces, como la persona en baja forma que describimos en el apartado
anterior: a poco que le subas la intensidad, ya está tirando de glucosa. Esto,
en principio, no es un problema si, como dije, la distancia de la carrera es
corta y, además, puedes meter 20 o 30g de carbohidrato cada 15 minutos. Sin
embargo, al menor aumento de la duración de la prueba, una capacidad
glucolítica hiper-desarrollada que no vaya acompañada de una buena capacidad
oxidativa, está abocada al fracaso. Lo que va a ocurrir es que, el lactato
producto de la glucólisis se va a ir acumulando a ritmo frenético y no va a
haber masa mitocondrial suficiente para reciclarlo. La acidosis y la
consiguiente fatiga estarán a la vuelta de la esquina. Aparte, a la menor
reducción en el ritmo de ingesta de geles de carbohidrato, esta persona se
quedaría seca, pues las reservas de glucógeno representan unas 2000kcal, a años
luz de las 100mil que tenemos en forma de tejido graso, por flaco o flaca que
estés.
¿CÓMO SE DESARROLLA LA CAPACIDAD MITOCONDRIAL?
Ahora ya tengo tu atención: acabas de descubrir que tu
capacidad para rendir en carreras de montaña depende, en última instancia, de
esos minúsculos orgánulos en el interior de tus células y, en consecuencia, te
estás preguntando qué hacer para tener más y mejores mitocondrias. ¿Quién no
quiere más y mejores mitocondrias? (Y eso que aún no he hablado de su papel en
la salud… )
Bueno, sin rodeos: veamos cómo se desarrolla la densidad y
función mitocondrial. En cuanto a la densidad mitocondrial, el volumen del
ejercicio es la clave. Se trataría de hacer tiradas largas para agotar el
glucógeno y obligar al organismo a sacar energía sí o sí del tejido graso. Sin
glucosa, la vía oxidativa se queda “sola” y tiene que hacer todo el trabajo, se
lleve la intensidad que se lleve. Las mitocondrias tendrán que sacarse las
castañas del fuego: inventar maneras de quemar más gramos de grasa por minuto.
En concreto, tras una tirada larga, las mitocondrias mandarán un mensaje a la
célula para que ésta les entregue proteínas con las que hacerse más grandes;
eventualmente, esas mitocondrias hipertrofiadas se dividirán, aumentando la
densidad mitocondrial. Se ha visto que esa señalización está muy activada a las
cuatro horas tras la actividad, de modo que las dobles sesiones podrían ser
también una vía para aumentar la densidad mitocondrial: si a las cuatro horas
de hacer una sesión de rodaje hacemos un segundo rodaje, incrementaremos esa
señalización, potenciando el proceso de crecimiento mitocondrial.
La prueba de que un alto volumen de ejercicio a baja-media
intensidad es la clave para incrementar la masa mitocondrial es el diseño del
corazón. El corazón, puesto que debe trabajar literalmente sin descanso 24
horas al día, es el órgano del cuerpo con mayor densidad mitocondrial.
En cuanto a cómo mejorar la función de las mitocondrias,
aquí la intensidad es crucial. Cuando hacemos alta intensidad, llevamos la
capacidad generadora de energía de las mitocondrias al límite; tanto, que
algunas resultarán dañadas con el ejercicio. Eso dará lugar a una señalización
específica, para que las buenas reabsorban las dañadas, en un proceso llamado
“mitofagia”. Vaya, que la alta intensidad selecciona a las más fuertes, elimina
las más débiles y, además, éstas sirven de refuerzo para las primeras.
En fin, nada nuevo respecto a la manera como aumentar
nuestra salud mitocondrial. La receta es la de siempre: mucha actividad a
baja-media intensidad, para incrementar la masa mitocondrial, y episodios
puntuales de alta intensidad, para seleccionar a las que mejor funcionan. Y es
que no somos sprinters, como el guepardo, pero tampoco plantas, que pasan toda
su existencia sin moverse del sitio. Somos sapiens: hijos e hijas de la sabana,
donde tuvimos que trotar mucho para cazar y recolectar, como aprendimos en el
Ep 15.
¿QUÉ TIENEN QUE VER LAS MITOCONDRIAS CON LA ENFERMEDAD
DEGENERATIVA?
Una mala salud mitocondrial está asociada a, prácticamente,
todas las enfermedades no transmisibles, las enfermedades degenerativas. Esto
incluye, entre otras, la diabetes tipo 2, que afecta ya a más de cuatro
millones de personas en España, o el cáncer, que afectaría en torno a dos
millones. Entonces, ¿qué relación hay entre mitocondrias, diabetes y cáncer?
En la diabetes tipo 2, el páncreas pierde la capacidad de
producir insulina y las células del cuerpo, la sensibilidad a dicha insulina.
¿Qué significa esto? Ya hemos visto que una fuente de energía es la glucosa.
Bien porque acabamos de comer, bien porque la sacamos de las reservas de
glucógeno, la glucosa entra en el torrente sanguíneo. De allí debe viajar a las
células para que la conviertan en energía vía glucólisis. Si no lo hacen, la
glucosa retenida en la sangre, a la larga, resulta tóxica. Hay sí o sí que
sacarla de ahí. Eso es lo que hace la insulina: traslada la glucosa de la
sangre a la célula, para que sea utilizada como combustible, o a los depósitos
de glucógeno o al tejido adiposo, cuando las demandas energéticas están
satisfechas. Problema: si tu capacidad para oxidar grasas es pobre o nula,
entonces va a haber una dependencia total de la vía glucolítica. Esto va a
significar niveles altos y constantes de glucosa y de insulina en sangre, porque
la glucosa es el único sustrato que sabes utilizar y porque la insulina es
necesaria para el transporte de dicha glucosa. Esa demanda tan grande de
insulina puede acabar por agotar la capacidad generadora del páncreas. Aparte,
las células pueden acabar desarrollando insensibilidad a la insulina, por
recibir su llamada tantas y tantas veces. Por tanto, en la base de la diabetes
hay una disfunción mitocondrial: una incapacidad para oxidar grasas. De hecho,
la inflexibilidad metabólica que describí anteriormente, donde había una
activación de la vía glucolítica con sólo caminar, sería un estado de
pre-diabetes.
En el cáncer, las células cancerosas se comportan de un modo
extraño. Si las células normales usan la mitocondria para oxidar grasa y
lactato para producir energía, las células del cáncer, por su parte, sólo saben
fermentar glucosa. De hecho, la técnica PET scan, la tomografía por emisión de
positrones que se usa para detectar tumores, se basa en administrar un azúcar
marcado en el cuerpo para observar dónde éste lo está consumiendo. Lo que se ve
es que todo el azúcar se lo está comiendo un pequeño grupo de células en un
punto concreto del cuerpo: eso es el tumor. Otra diferencia es que, en el
cáncer, la apoptosis, la muerte celular programada, desaparece. En condiciones
normales, cuando una célula no funciona bien, se suicida; en el cáncer, las
células, pese a tener un comportamiento aberrante, siguen replicándose ad
infinitum. Una de las razones para activar la apoptosis es que las mitocondrias
estén estropeadas. En fin, una vez más, en la base del cáncer hay una mala
función mitocondrial. En cuanto al origen de dicho mal funcionamiento, parece
ser que se trata de daño en el ADN de la célula. Las células están
constantemente muriendo y replicándose. Si las instrucciones para dicha
replicación, el ADN, se ven dañadas por la exposición a un factor cancerígeno
(tabaco, por ejemplo), la nueva célula saldrá defectuosa. El sistema
inmunitario sería el encargado de detectar que la réplica se produce con o sin
anomalías. Pero la falta de actividad física lo vuelve más débil y la obesidad,
puesto que provoca un estado crónico de inflamación de bajo grado, lo mantiene
sobreactivado y lo debilita también. Otra vez más, la actividad física
permanente, para la que estamos diseñados, y las mitocondrias que sustentan
dicha actividad, están implicadas aquí.
CONCLUSIÓN
Lo dije y lo repito: no somos plantas. Ellas pueden
permitirse el lujo de pasar su vida entera sin moverse del sitio y hacer todo
lo que tienen que hacer: alimentarse, protegerse, prosperar y reproducirse.
Nuestra especie, si bien no muere por estar parada, porque el mundo de hoy te
permite trabajar desde un ordenador, pedir comida a domicilio y relacionarte
vía Twitter, sí se enferma. El sedentarismo y el sobrepeso están asociados a
diabetes y cáncer, entre otras patologías crónicas. Y tiene que ver con un
diminuto orgánulo de las células de nuestro cuerpo, que usan como generadores
de energía: las mitocondrias. Las mitocondrias hacen posible que, a partir de
oxígeno y ciertos sustratos, podamos movernos, caminar, trotar y correr. Es
decir, hacen posible que hagamos lo que tenemos que hacer como especie. Desarrollar
las mitocondrias sirve para vivir sanos, en primer lugar, y sirve para rendir
en carreras de montaña, si también te interesa (que entiendo que sí, siendo
oyente de este podcast). Esa capacidad oxidativa es la que (1) va a sostener la
intensidad media, que vas a mantener durante el 80-90% de una carrera de trail,
(2) va a reservar el glucógeno, que vas a necesitar en momentos puntuales de
esfuerzo máximo, y (3) va a reciclar el lactato producido en esos esfuerzos
máximos. Mitocondrias, mitocondrias, mitocondrias. Después de este episodio se
te habrá grabado a fuego la importancia vital de este minúsculo, pero
maravilloso elemento de nuestra fisiología; clave en la salud y en la
enfermedad y clave en el rendimiento en deportes de resistencia.
Corresendas, espero que hayas disfrutado y aprendido a
partes iguales. Si es así, agradezco que te suscribas, comentes y/o compartas y
me sigas en IG, donde estoy como correrporsenderos, todo junto.
Nos encontramos aquí en
siete días, si no antes por el monte. Hala, a pisar sendas y a poner esa masa
mitocondrial a quemar grasas de lo lindo.
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