Episodio 21. Mitocondrias, deporte, diabetes, cáncer. ¿Qué tienen en común el rendimiento y las enfermedades modernas?

(Autor: Héctor García Rodicio https://www.instagram.com/correrporsenderos/)

No somos plantas. Somos animales. Y, como tales, debemos movernos para buscar agua, alimento, refugio y pareja. Si nos quedáramos 24/7 sentados, en cosa de tres días, por la deshidratación, o de tres semanas, por la desnutrición, moriríamos. Bueno, eso es lo que ocurriría en condiciones naturales, pero vivimos en un mundo artificial, que nos permite pasar 14 de las 16h de vigilia del día sentados. Esto, desafortunadamente para la persona sedentaria y para el sistema sanitario, tiene un precio: no morimos en el acto, pero vamos perdiendo poco a poco salud, con el coste que ello supone en términos de calidad de vida y de gasto sanitario… Sin movimiento, vamos degenerando, es decir, vamos desarrollando enfermedad degenerativa, lo que incluye obesidad, diabetes, arterioesclerosis, osteoporosis, depresión, alzhéimer o cáncer, entre otras. Puede sonar catastrófico, pero, además de que los números están ahí, insisto en que tiene todo el sentido que la enfermedad surja, cuando atentamos cada día y durante años contra nuestra naturaleza.

Y nuestra naturaleza, lo digo una vez más, es movernos, porque no somos plantas; tampoco mejillones, setas, algas o corales marinos. Esos organismos desarrollaron sus propias estrategias para obtener alimento, para protegerse y hasta para reproducirse sin moverse del sitio. En cambio, nuestra estrategia para obtener alimento, refugio y pareja es mover el culo del sofá y usar músculos, corazón, pulmones y cerebro para encontrar esos recursos básicos, que no van a venir a llamar a nuestra puerta, sino que están bien escondidos vete tú a saber dónde y nos van a exigir dar lo mejor de nosotros cada día para encontrarlos. ¿La recompensa a tal esfuerzo? Pues, además de obtener esos recursos vitales, el esfuerzo nos proporcionará (a) placer, en forma de endorfinas, y (b) una salud de hierro, en forma de músculos, corazón, pulmones y cerebro fuertes como el vinagre y jóvenes a la luz del microscopio, diga lo que diga nuestro DNI.

Y, hablando de escala microscópica, en la base de nuestra condición física, nuestra capacidad para realizar esfuerzos, hay un único, minúsculo y, creo, injustamente desconocido elemento: la mitocondria. Este episodio va a ser una oda a la mitocondria, que, como he dicho, está en la base de nuestra condición física y, por consiguiente, de nuestro rendimiento deportivo, por un lado, y, por el otro, de la enfermedad degenerativa, derivada del sedentarismo extremo del siglo XXI. Ese sedentarismo en el que pasamos sentados, cada día, dos horas yendo y volviendo del trabajo, ocho horas frente a un ordenador, dos horas en la mesa del comedor y otras dos más frente al televisor. En fin, este mundo que nos hemos inventado, donde cabe pedir comida a domicilio, comunicarnos vía e-mail, entretenernos vía televisión a la carta y relacionarnos vía redes sociales. Cosas que pueden tener su lugar, sí, pero cuyo abuso deriva en muerte lenta, en forma de enfermedad crónica, como las que ya cité, y que representan un grave deterioro de la calidad de vida de quien las sufre y un enorme coste económico para la sanidad. El gasto sanitario anual de cualquier país industrializado en enfermedades no transmisibles es tal, que debería parecernos escandaloso, si no hubiéramos dado lo “normal” por “natural”: y es que, que algo sea frecuente, no debería significar que es natural. Lo natural es vivir bien hasta (casi casi) el último día y tener una muerte fulminante, tal como les ocurre a los animales salvajes; lo que debería resultar raro es vivir bien dos tercios de tu vida y pasar el tercio restante coleccionando achaques y poli-medicándote hasta las orejas, tal como nos ocurre a las personas y a nuestras mascotas.

Me estoy enrollando y yo venía hoy aquí a hablaros de las maravillosas mitocondrias. Así pues, sin más dilación, vamos al turrón.

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¿QUÉ SON LAS MITOCONDRIAS?

Técnicamente, son un orgánulo de las células que componen los distintos tejidos del cuerpo, incluyendo el sistema músculo-esquelético; en particular, es el orgánulo de la célula dedicado a la producción de energía. Coloquialmente, podemos considerar a las mitocondrias como las “centrales energéticas” o los “generadores” del cuerpo, pues, como ya he dicho, se encargan de la producción de energía. Para movernos y, ya no digamos, para pedalear, nadar o correr, necesitamos energía. Y, a mayor intensidad del movimiento, mayor demanda de energía. Dicha demanda de energía, sea más pequeña o más grande, se satisface fundamentalmente gracias al trabajo de la mitocondria. En este orgánulo se transforman sustratos, como los ácidos grasos, y oxígeno en la energía que las células pueden aprovechar: el ATP o adenosín trifosfato. Es cierto que, para que haya aporte de oxígeno en la mitocondria, hacen falta, en primer lugar, unos buenos pulmones, un buen corazón y un buen volumen plasmático y de glóbulos rojos que lo absorban y transporten hasta allí. Pero, a la postre, de nada sirve todo el oxígeno que puedas captar y transportar, si no eres capaz de transformarlo en energía y, más concretamente, trabajo efectivo de tus músculos. Esto depende de la cantidad y calidad de tus mitocondrias, que son, por tanto, el determinante último de tu rendimiento.

Como acabo de apuntar, las mitocondrias varían en número y función. Puedes tener más o menos mitocondrias en las células y esas mitocondrias pueden funcionar mejor o peor. Más volumen y mejor función significan mayor potencia para producir ATP. Por consiguiente, interesa tener muchas y buenas mitocondrias. Respecto al volumen, está claro en qué consiste: mayor número de mitocondrias por célula, o sea, mayor densidad mitocondrial -que se dice. Respecto a la función, la mitocondria trabaja mejor cuantas más crestas tiene, es decir, cuantos más pliegues o arrugas tiene su capa interna, pues es en estas crestas donde están las proteínas encargadas de la inestimable misión de generar el ATP. Más crestas, igual a más superficie, igual a más proteínas, igual a más ATP.

Un último punto a aclarar es que la oxidación de grasas, es decir, el trabajo que hacen las mitocondrias, no es la única vía de la célula para generar ATP. Cuando la demanda de energía es grande, esto es, se requiere mucha energía en muy corto plazo (un sprint, por ejemplo), la célula es capaz de generar ATP sin oxígeno a partir de glucosa. Es la vía glucolítica, que tiene lugar fuera de la mitocondria. Lo bueno de este mecanismo es que nos proporciona esa energía en tiempo récord. Lo malo es que (1) es una ruta poco eficiente, genera apenas dos moléculas de ATP por unidad de glucosa, (2) hay poca cantidad de glucosa en el cuerpo, en comparación con las reservas de grasa (cosas que ya aprendimos en los Ep 8, 11 y 14), y (3) genera un producto final, que es el lactato. El lactato, en principio, no es un problema, porque se puede reutilizar como sustrato energético en la mitocondria, a través de un sistema de reciclado. Pero, si se acumula mucho lactato y se desborda el mecanismo de reciclado, se va produciendo una acidosis, que en, última instancia, impedirá la contracción muscular. Por su parte, la ventaja de la vía oxidativa es que, si bien necesita mucho más tiempo para trabajar que la glucolítica, es de lejos mucho más eficiente: genera 18 veces más moléculas de ATP por unidad de sustrato.

En resumen, tus mitocondrias son los principales generadores de energía para funcionar. En condiciones normales, la mayoría del aporte energético viene de la oxidación de grasas en la mitocondria; es un proceso lento, pero genera 36 moléculas de ATP por unidad de ácidos grasos. Otra parte de la producción energética, que es mayor a medida que sube la intensidad del ejercicio, proviene de la glucólisis, esto es, la utilización de la glucosa para obtener dos moléculas de ATP y lactato. Ese lactato, siempre y cuando se produzca dentro de unos rangos razonables, será reabsorbido por la mitocondria, que lo oxidará para obtener 36 moléculas de ATP. Si el lactato desborda la capacidad de reciclado, más tarde o temprano, habrá una acidosis que impedirá la contracción muscular.

¿CÓMO SABER SI TENGO MUCHAS Y BUENAS MITOCONDRIAS?

La manera de saber cómo están tus mitocondrias y, por ende, qué forma aeróbica tienes, es analizar tu “flexibilidad metabólica”. Y ¿qué narices es esto? Muy sencillo. Supón que se te pide que realices un ejercicio a distintas intensidades; por ejemplo, caminar, trotar, correr y esprintar en una cinta. Imagina también que lo haces en un laboratorio donde se te miden el intercambio de gases y los niveles de lactato en sangre mientras te ejercitas. Pues bien, terminado el test, podemos calcular tus niveles de oxidación de grasas y acumulación de lactato en los distintos niveles de intensidad. Lo que se va a observar es que, a intensidades bajas, la fuente de energía predominante son las grasas (grasas, recordemos, oxidadas en la mitocondria para producir ATP); y que, según la intensidad aumenta, la oxidación de grasas va disminuyendo en favor de la glucólisis, con la consiguiente acumulación de lactato. En concreto, si representamos la contribución de cada vía metabólica al ejercicio en las distintas intensidades, veremos que la oxidación de grasas dibuja una línea descendente mientras que la vía glucolítica traza una línea ascendente. En conjunto, las dos líneas dibujan una equis. Y el punto de corte coincide con el nivel de intensidad del ejercicio en el que tu vía oxidativa es incapaz de satisfacer la demanda energética y cede paso a la glucolítica.

El lugar donde se produce el punto de corte es, por tanto, el dato clave. Una persona muy en forma podrá tirar de grasas incluso en niveles altos de intensidad. Y, recordemos, esto es bueno porque (1) el metabolismo de las grasas es mucho más eficiente, es capaz de generar más moléculas de ATP a igualdad de sustrato empleado, y (2) no genera subproductos que puedan suponer un problema, como es el exceso de lactato. La persona poco en forma encontrará el punto de corte mucho antes, en niveles muy bajos de intensidad. Es decir, esta persona comenzará tirando de grasas, cuando se le pide caminar, pero en el momento en que empieza a trotar suavecito, click: ya debe recurrir a la vía glucolítica porque su maquinaria mitocondrial no da más de sí. Esto significaría que tiene pocas y malas mitocondrias, que entonces tendrían una exigua capacidad generadora de ATP, pues, a la menor demanda de energía, el sistema oxidativo se ve completamente desbordado y debe dar paso al mecanismo “turbo”, que es la vía glucolítica. En la persona en forma, la vía glucolítica es justamente eso: el turbo, reservado nada más para salvar repechos, hacer adelantamientos y ataques o para el sprint final; el resto de la carrera lo haría cómodamente tirando de las reservas virtualmente inagotables de grasas, que, además, aunque más lentamente, proporcionan grandes cantidades de ATP por unidad de sustrato.

Aparte del nivel de intensidad donde se produce el intercambio de vías metabólicas, es interesante también conocer tres valores más: (1) la cantidad de lactato acumulado ya en el primer nivel de intensidad, (2) el nivel de oxidación de grasas máximo que la persona puede alcanzar y (3) el nivel máximo de intensidad del ejercicio que la persona puede soportar. La persona con muy mala condición física tiene ya dos milimoles de lactato por litro de sangre solamente caminando. O sea, para esta persona, el mero acto de caminar es como para ti rodar a 5-6’ el kilómetro. Esta persona, aparte, será capaz, nada más, de oxidar 0.2 gramos de grasa por minuto como máximo, mientras que una persona mínimamente entrenada llega a oxidar el doble. Por último, esta persona no podrá soportar ritmos que para ti serían medios, o sea, vivirá como un sprint lo que para ti es ritmo media maratón.

En conjunto, todos estos parámetros, tener siempre niveles de lactato elevados, ser incapaz de oxidar grasas a cierto nivel, ver desbordada tu vía oxidativa al menor aumento de la intensidad y ser incapaz de sostener niveles de intensidad medios siquiera, reflejan una inflexibilidad metabólica, una pésima condición física y, como veremos más tarde, riesgo alto de enfermedad. En el fondo, lo que revela este patrón es un uso aberrante de la maquinaria del cuerpo, una distorsión de nuestra naturaleza humana. Nuestra naturaleza, lo dije en la introducción y lo he venido reiterando en episodios anteriores, es movernos mucho a baja intensidad y hacer esfuerzos puntuales de alta intensidad. Esa baja intensidad se basa en el uso de las grasas como combustible y en el reciclado del lactato, es decir, se basa en el trabajo de las mitocondrias. Y, cuando toque un esfuerzo corto y máximo, pues para eso contamos con la vía glucolítica, que suministra energía muy rápido, pero con la contrapartida de hacerlo de forma poco eficiente y generando lactato, que podría ser un problema si rebasa la capacidad de reciclado.

¿QUÉ PAPEL JUEGA LA FLEXIBILIDAD METABÓLICA EN EL RENDIMIENTO AERÓBICO?

Un organismo desarrollado como tiene que ser, de acuerdo con nuestra naturaleza, es el que cuenta con los dos motores: una buena capacidad oxidativa, para alimentar la actividad a baja y media intensidad por tiempo virtualmente ilimitado, y una buena capacidad glucolítica, para permitir chispazos de intensidad máxima cuando sea necesario. La capacidad oxidativa servirá, además, para reciclar el lactato generado en esos episodios de sprint. Y ese organismo desarrollado naturalmente, con los dos sistemas orientados como les corresponde, estará en condiciones óptimas para rendir en deportes de resistencia, como el trail. 

En carreras por montaña, que, en los formatos más cortos, fácilmente ya suman 20k y 1000m de desnivel positivo repartidos en, por lo menos, dos o tres subidas fuertes y un buen puñado de rampas aquí y allá, necesitas capacidad glucolítica y oxidativa. Ambas son imprescindibles. La glucolítica te servirá en momentos puntuales: serán ese “punch” para repechos, adelantamientos, ataques y sprint final. La oxidativa, basada en tu cantidad y calidad mitocondrial, servirá para sostener el resto de carrera e, importante, para reciclar el lactato generado en los chispazos glucolíticos. Con ambas maquinarias a punto tienes lo mejor de los dos mundos: tienes el turbo, para momentos que lo precisen, y tienes la vía oxidativa para llevar velocidad de crucero, para reservar glucógeno, y no necesitar apenas geles, y para reciclar el lactato producido en los episodios de turbo. En carreras de distancia maratón, pasará igual: tirarás mayoritariamente de grasas y reservarás glucógeno para apretones puntuales. En distancia ultra, la capacidad oxidativa y, por ende, tus mitocondrias, cobrarán aún más importancia.

Una cuestión muy interesante es que un alto rendimiento puede, en realidad, esconder una inflexibilidad metabólica y, por tanto, un estado de forma más bajo de lo que parece. Imaginemos una persona que compite en distancia corta y que toma cantidades ingentes de carbohidrato en carrera mediante geles y que puede desplegar una velocidad asombrosa y mantenerla durante toda la prueba. Esta persona estaría demostrando una gran capacidad glucolítica: una gran capacidad de producir energía en esfuerzos cortos. Por ejemplo, podría hacer un 10k de pista o un KV en torno a 30’. Pero, es posible que, a través del test explicado antes, se vea que su punto de corte entre las vías oxidativa y glucolítica se da en niveles muy bajos de intensidad. Sería, entonces, como la persona en baja forma que describimos en el apartado anterior: a poco que le subas la intensidad, ya está tirando de glucosa. Esto, en principio, no es un problema si, como dije, la distancia de la carrera es corta y, además, puedes meter 20 o 30g de carbohidrato cada 15 minutos. Sin embargo, al menor aumento de la duración de la prueba, una capacidad glucolítica hiper-desarrollada que no vaya acompañada de una buena capacidad oxidativa, está abocada al fracaso. Lo que va a ocurrir es que, el lactato producto de la glucólisis se va a ir acumulando a ritmo frenético y no va a haber masa mitocondrial suficiente para reciclarlo. La acidosis y la consiguiente fatiga estarán a la vuelta de la esquina. Aparte, a la menor reducción en el ritmo de ingesta de geles de carbohidrato, esta persona se quedaría seca, pues las reservas de glucógeno representan unas 2000kcal, a años luz de las 100mil que tenemos en forma de tejido graso, por flaco o flaca que estés.

¿CÓMO SE DESARROLLA LA CAPACIDAD MITOCONDRIAL?

Ahora ya tengo tu atención: acabas de descubrir que tu capacidad para rendir en carreras de montaña depende, en última instancia, de esos minúsculos orgánulos en el interior de tus células y, en consecuencia, te estás preguntando qué hacer para tener más y mejores mitocondrias. ¿Quién no quiere más y mejores mitocondrias? (Y eso que aún no he hablado de su papel en la salud… )

Bueno, sin rodeos: veamos cómo se desarrolla la densidad y función mitocondrial. En cuanto a la densidad mitocondrial, el volumen del ejercicio es la clave. Se trataría de hacer tiradas largas para agotar el glucógeno y obligar al organismo a sacar energía sí o sí del tejido graso. Sin glucosa, la vía oxidativa se queda “sola” y tiene que hacer todo el trabajo, se lleve la intensidad que se lleve. Las mitocondrias tendrán que sacarse las castañas del fuego: inventar maneras de quemar más gramos de grasa por minuto. En concreto, tras una tirada larga, las mitocondrias mandarán un mensaje a la célula para que ésta les entregue proteínas con las que hacerse más grandes; eventualmente, esas mitocondrias hipertrofiadas se dividirán, aumentando la densidad mitocondrial. Se ha visto que esa señalización está muy activada a las cuatro horas tras la actividad, de modo que las dobles sesiones podrían ser también una vía para aumentar la densidad mitocondrial: si a las cuatro horas de hacer una sesión de rodaje hacemos un segundo rodaje, incrementaremos esa señalización, potenciando el proceso de crecimiento mitocondrial.

La prueba de que un alto volumen de ejercicio a baja-media intensidad es la clave para incrementar la masa mitocondrial es el diseño del corazón. El corazón, puesto que debe trabajar literalmente sin descanso 24 horas al día, es el órgano del cuerpo con mayor densidad mitocondrial.

En cuanto a cómo mejorar la función de las mitocondrias, aquí la intensidad es crucial. Cuando hacemos alta intensidad, llevamos la capacidad generadora de energía de las mitocondrias al límite; tanto, que algunas resultarán dañadas con el ejercicio. Eso dará lugar a una señalización específica, para que las buenas reabsorban las dañadas, en un proceso llamado “mitofagia”. Vaya, que la alta intensidad selecciona a las más fuertes, elimina las más débiles y, además, éstas sirven de refuerzo para las primeras.

En fin, nada nuevo respecto a la manera como aumentar nuestra salud mitocondrial. La receta es la de siempre: mucha actividad a baja-media intensidad, para incrementar la masa mitocondrial, y episodios puntuales de alta intensidad, para seleccionar a las que mejor funcionan. Y es que no somos sprinters, como el guepardo, pero tampoco plantas, que pasan toda su existencia sin moverse del sitio. Somos sapiens: hijos e hijas de la sabana, donde tuvimos que trotar mucho para cazar y recolectar, como aprendimos en el Ep 15.

¿QUÉ TIENEN QUE VER LAS MITOCONDRIAS CON LA ENFERMEDAD DEGENERATIVA?

Una mala salud mitocondrial está asociada a, prácticamente, todas las enfermedades no transmisibles, las enfermedades degenerativas. Esto incluye, entre otras, la diabetes tipo 2, que afecta ya a más de cuatro millones de personas en España, o el cáncer, que afectaría en torno a dos millones. Entonces, ¿qué relación hay entre mitocondrias, diabetes y cáncer?

En la diabetes tipo 2, el páncreas pierde la capacidad de producir insulina y las células del cuerpo, la sensibilidad a dicha insulina. ¿Qué significa esto? Ya hemos visto que una fuente de energía es la glucosa. Bien porque acabamos de comer, bien porque la sacamos de las reservas de glucógeno, la glucosa entra en el torrente sanguíneo. De allí debe viajar a las células para que la conviertan en energía vía glucólisis. Si no lo hacen, la glucosa retenida en la sangre, a la larga, resulta tóxica. Hay sí o sí que sacarla de ahí. Eso es lo que hace la insulina: traslada la glucosa de la sangre a la célula, para que sea utilizada como combustible, o a los depósitos de glucógeno o al tejido adiposo, cuando las demandas energéticas están satisfechas. Problema: si tu capacidad para oxidar grasas es pobre o nula, entonces va a haber una dependencia total de la vía glucolítica. Esto va a significar niveles altos y constantes de glucosa y de insulina en sangre, porque la glucosa es el único sustrato que sabes utilizar y porque la insulina es necesaria para el transporte de dicha glucosa. Esa demanda tan grande de insulina puede acabar por agotar la capacidad generadora del páncreas. Aparte, las células pueden acabar desarrollando insensibilidad a la insulina, por recibir su llamada tantas y tantas veces. Por tanto, en la base de la diabetes hay una disfunción mitocondrial: una incapacidad para oxidar grasas. De hecho, la inflexibilidad metabólica que describí anteriormente, donde había una activación de la vía glucolítica con sólo caminar, sería un estado de pre-diabetes.

En el cáncer, las células cancerosas se comportan de un modo extraño. Si las células normales usan la mitocondria para oxidar grasa y lactato para producir energía, las células del cáncer, por su parte, sólo saben fermentar glucosa. De hecho, la técnica PET scan, la tomografía por emisión de positrones que se usa para detectar tumores, se basa en administrar un azúcar marcado en el cuerpo para observar dónde éste lo está consumiendo. Lo que se ve es que todo el azúcar se lo está comiendo un pequeño grupo de células en un punto concreto del cuerpo: eso es el tumor. Otra diferencia es que, en el cáncer, la apoptosis, la muerte celular programada, desaparece. En condiciones normales, cuando una célula no funciona bien, se suicida; en el cáncer, las células, pese a tener un comportamiento aberrante, siguen replicándose ad infinitum. Una de las razones para activar la apoptosis es que las mitocondrias estén estropeadas. En fin, una vez más, en la base del cáncer hay una mala función mitocondrial. En cuanto al origen de dicho mal funcionamiento, parece ser que se trata de daño en el ADN de la célula. Las células están constantemente muriendo y replicándose. Si las instrucciones para dicha replicación, el ADN, se ven dañadas por la exposición a un factor cancerígeno (tabaco, por ejemplo), la nueva célula saldrá defectuosa. El sistema inmunitario sería el encargado de detectar que la réplica se produce con o sin anomalías. Pero la falta de actividad física lo vuelve más débil y la obesidad, puesto que provoca un estado crónico de inflamación de bajo grado, lo mantiene sobreactivado y lo debilita también. Otra vez más, la actividad física permanente, para la que estamos diseñados, y las mitocondrias que sustentan dicha actividad, están implicadas aquí.

CONCLUSIÓN

Lo dije y lo repito: no somos plantas. Ellas pueden permitirse el lujo de pasar su vida entera sin moverse del sitio y hacer todo lo que tienen que hacer: alimentarse, protegerse, prosperar y reproducirse. Nuestra especie, si bien no muere por estar parada, porque el mundo de hoy te permite trabajar desde un ordenador, pedir comida a domicilio y relacionarte vía Twitter, sí se enferma. El sedentarismo y el sobrepeso están asociados a diabetes y cáncer, entre otras patologías crónicas. Y tiene que ver con un diminuto orgánulo de las células de nuestro cuerpo, que usan como generadores de energía: las mitocondrias. Las mitocondrias hacen posible que, a partir de oxígeno y ciertos sustratos, podamos movernos, caminar, trotar y correr. Es decir, hacen posible que hagamos lo que tenemos que hacer como especie. Desarrollar las mitocondrias sirve para vivir sanos, en primer lugar, y sirve para rendir en carreras de montaña, si también te interesa (que entiendo que sí, siendo oyente de este podcast). Esa capacidad oxidativa es la que (1) va a sostener la intensidad media, que vas a mantener durante el 80-90% de una carrera de trail, (2) va a reservar el glucógeno, que vas a necesitar en momentos puntuales de esfuerzo máximo, y (3) va a reciclar el lactato producido en esos esfuerzos máximos. Mitocondrias, mitocondrias, mitocondrias. Después de este episodio se te habrá grabado a fuego la importancia vital de este minúsculo, pero maravilloso elemento de nuestra fisiología; clave en la salud y en la enfermedad y clave en el rendimiento en deportes de resistencia.

Corresendas, espero que hayas disfrutado y aprendido a partes iguales. Si es así, agradezco que te suscribas, comentes y/o compartas y me sigas en IG, donde estoy como correrporsenderos, todo junto.

Nos encontramos aquí en siete días, si no antes por el monte. Hala, a pisar sendas y a poner esa masa mitocondrial a quemar grasas de lo lindo.

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